Padre muerto que estás en el suelo,
olvidado será tu nombre,
no hay reino por el cual esperar,
y tu voluntad yace inerte,
así, en la tierra, nunca en el cielo;
el pan tibio de cada día
me lo diste hasta hoy,
creándome una deuda
que nunca voy a pagarte,
y que transmitiré oportunamente
a mis sucesores,
junto a la hermosa posibilidad
de revolcarse en la tentación,
sin pasarla del todo mal.
Adiós.
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2 comentarios:
Esta oración se la he repetido a más de un joven atribulado y culposo y ha sido siempre muy gratificante ver cómo una expresión artística modifica al que la recibe. Amén, Ana Maugeri.
Felicitaciones, Fabi. Tener tus poesías en la red permitirán dos cosas (o más cosas, por qué no). Una: volver a leer tus poesías, que son bárbaras, y la segunda, más importante, la posibilidad de recomendar tus poesías a quienes todavía no las hayan leído.
Lo mejor
Ale H.
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